|
Habría varias maneras de contar esta historia, la historia de una extraordinaria travesía, podría atreverme a decir, una de las más grades que ha realizado esta generación del MEC de Cuba. Comenzaré con música, casi estoy segura que así empezó todo la madrugada del 4 de agosto: š♪♫Se bienvenida o-le-ré, se bienvenido o-la-rá, paz y bien para ti que viniste a participar…♪♫, cantábamos acompañados de guitarra, claves, carteles, banderas… y todo un derroche de alegría mientras se sumaban, en cada parada del ómnibus que nos trasladaba, jóvenes con mucho entusiasmo, sueños e historias que compartir; gente linda que logró el mayor de todos los retos: amarnos unas a otros camino al “Pico Turquino”.
Entre los participantes nos encontrábamos jóvenes de La Habana, Mayabeque, Matanzas, Cienfuegos, Villa Clara, Sancti Spíritus y Santiago de Cuba, provenientes de diferentes denominaciones cristianas y todos con un verdadero espíritu ecuménico. Íbamos dispuestas y dispuestos a encontrarnos con nuestras raíces, nuestra historia, la impronta de personas que constituyen hoy referentes imprescindibles para la formación en valores humanos; motivadas y motivados a establecer diálogos con las generaciones precedentes y desde el compartir de nuestra fe, dejarnos desafiar para construir un mejor presente y futuro en nuestra tierra cubana.
Durante el trayecto fuimos acogidos en la Villa del Espíritu Santo, también conocida como š La Ciudad del Yayaboš por el río y el puente que llevan el mismo nombre y que recientemente había celebrado sus 500 años de fundada. Después de un riquísimo almuerzo en la Iglesia Presbiteriana, nos fuimos a recorrer la ciudad, acompañados por su historiadora: la simpática, alegre y queridísima Ñeñeca, una mujer amante de la historia y de la gente linda de su ciudad, que compartió con nosotros sus saberes y nos sorprendió con las graciosas leyendas e historias curiosas pocos conocidas por muchos allí presente. Nos despedimos de Sancti Spíritus cautivados por su hermosa y bien conservada arquitectura colonial, el amor a la tradición, la hospitalidad y la contagiosa alegría de sus habitantes.
Llegaríamos a Bayamo, provincia Granma, cerca de las dos de la madrugada, después de un viaje de alrededor de diecinueve horas. Allí estaban los mequenses de Santiago de Cuba que con ansias nos esperaban. Ciertamente estábamos cansadas y cansados, pero como dormir no era nuestra prioridad, ese mismo día bien temprano: ♪♫ Amanecer feliz sonríele a la vida, así jajajaja… ♪♫ Una vez más la música nos hacía comenzar el día con buenas y renovadas energías.
Un primer momento en la mañana fue de integración y encuadre. Con cantos y un buen espíritu de unidad nos presentamos más formalmente. Teniendo como centro litúrgico un camino, nos posicionamos en él y reflexionamos en pequeños grupos: ¿En qué lugar del camino creíamos que nos encontrábamos?, ¿De qué manera habíamos llegado hasta ese punto del camino?, ¿Qué habíamos traído para transitar ese camino?, ¿Qué obstáculos queríamos desechar?...
El momento fue místico y grato, de manera que la idea poco a poco fue moviéndonos a establecer los objetivo del encuentro: lograr una experiencia transformadora de los mequenses en diálogo entre el ayer y el hoy para afianzar nuestro compromiso social y ecuménico; añadir a nuestra identidad el sabor de la historia vivida en esos rincones de Cuba, en el Oriente de montañas impetuosas, y tradiciones inamovibles; encontrar referentes bíblico-teológicos que nos ayuden a vivir relaciones intergeneracionales que construyan el Reino de Dios en nuestra tierra, propiciando espacios de aprendizaje participativo en los que el debate reflexivo y la contribución creativa faciliten el afrontamiento y la solución constructiva de los problemas y conflictos intergeneracionales. Y por supuesto, lograr durante la intrépida subida al Pico Turquino, los talleres y recorridos proveer espacios para el compartir solidario, la confraternidad y el afianzamiento del sentido de pertenencia al MEC de Cuba.
En un segundo momento de la mañana, Idael Montero, pastor bautista de la comunidad de Marianao, La Habana, nos convidó a reflexionar en el evangelio de Jesús, cómo lo nuevo complementa lo viejo y viceversa. ¿Con qué es comparable el reino de los cielos?, una pregunta que en varias ocasiones fue respondida por Jesús a través de parábolas, y que se esparció en el grupo provocándonos sobremanera. Algunas de las respuestas de los jóvenes sobre el Reino de Dios aludían a que era: un proyecto de vida, un proyecto socio-económico, seguir el proyecto de Jesús de Nazaret, un mundo de respeto e inclusión, de oportunidades para todas y todos, de celebración. Se leyó la parábola de los tesoros nuevos y viejos que se encuentra en Mateo 13:52, “Él les dijo: Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas”. Con esta parábola fuimos confrontados, desafiados a buscar en su significado el sabio consejo de Jesús. Somos parte de un proceso que empezó mucho antes de que existiéramos, por eso debemos conocer nuestras raíces, a la vez crecemos, cambiamos y aportamos desde el tiempo que nos ha tocado vivir. En fin, las relaciones inter-generacionales han de ser complementarias, cooperantes y respetuosas.
Ya en la tarde, salimos a conocer la bellísima ciudad de Bayamo, tierra del Bayam, árbol de la sabiduría, frondoso y de buena sombra…Y es que desde el boulevard, hasta el parque, la casa del šPadre de la Patriaš, Carlos Manuel de Céspedes, la heladería, el museo de cera, de chocolate…, cada sitio estaba lleno de gran belleza e identidad. Los corazones de todos estaban palpitantes de alegría. Hubo todo un itinerario de actividades que en poco tiempo nos conectó con la idea de que se acercaba la planificada subida que se haría en dos grupos. El primero saldría el miércoles y el otro el jueves.
Cada grupo iniciaría el recorrido en la madrugada hasta Bartolomé Masó, un pueblo cercano, donde un camión, que luego nos haría vivir una experiencia de montaña rusa, nos esperaría para trasladarnos hasta la base del Turquino. Entre subidas y bajadas, momentos de susto por las inclinadas lomas y curvas del camino, cosquillas en el estómago, y hasta algún que otro grito que se dejó escapar, llegamos al “Parque Nacional Turquino” donde nos esperaba el guía, quien más tarde pondría en práctica sus habilidades, sobre todo cargando algunas de nuestras bolsas cuando cada vez más el camino se hacía largo y agotador. Fue la naturaleza la que estuvo marcando cada paso del recorrido: ramas que sirvieron de sostén, helechos arborescentes que alegraban nuestro paisaje, una lluvia a intervalos que nos acompañó casi todo el camino, etc. Y así, entre resbalones, caídas, descansos, meriendas (galleta con leche condensada, caramelos, refresco, perros calientes y toda sarta de cosas que llevábamos para le trayectoria), etc., vencimos los primeros 8 km hasta Aguada de Joaquín, el campamento donde pasaríamos la noche después de un chocolate caliente y unos bien preparados espaguetis que algunos de los muchachos del grupo terminaron.
Todo listo en la mañana salimos a lo que sería la segunda parte del camino: 5 km hasta la cima y luego 11 descendiendo hasta Santiago de Cuba. Nuevamente subidas y bajadas, un poco de frío, pero con la alegría de que faltaba poco para alcanzar la cima. Las nubes nos tocaban a cada rato, un paisaje muy hermoso y diferente a lo que estamos acostumbrados a ver en nuestros habituales espacios citadinos e incluso rurales. Cerca del mediodía, llegamos al mismísimo Pico Turquino, el punto de mayor altitud de la isla de Cuba con 1.974 metros sobre el nivel de mar, en el centro mismo de la Sierra Maestra, la mayor cordillera de Cuba. La montaña se alza sobre un escenario de 17.540 hectáreas de ríos, bosques, valles y cumbres. Muchísima fue nuestra alegría, nuestro agradecimiento al Dios de la vida que ha hecho tantas maravillas como estás por habernos llevado como hermanas y hermanos hasta allí.
Después de una mística en la que compartimos testimonios cantos, oraciones e incluso un espontáneo y creativo tiempo para entregarnos una medalla (una galleta de las que llevábamos para alimentarnos) por el esfuerzo realizado, nos tiramos las acostumbradas fotos de grupo e iniciamos el descenso.
No fue hasta alrededor de las 10:00pm que llegamos todos a la base, en plena noche por aquellos caminos bien oscuros. Solo la ayuda de Dios manifestada en los gestos solidarios de los unos para con los otros nos hizo vencer las dificultades del camino y llegar a Santiago sanos y salvos. Fuimos amigos y hermanos, tomando como nuestras las necesidades de quien estuviera a nuestro lado y compartiendo cada cosa que teníamos con mucha alegría. Se hizo realidad la frase de nuestro apóstol José Martí de que subir montañas hermana seres humanos.
Al día siguiente, casi después de quitarnos el polvo del camino, salimos en la mañana a encontrarnos con los sitios más emblemáticos de la ciudad de Santiago de Cuba. Lugares tan interesantes como: el Cuartel Moncada, el cementerio Santa Efigenia, el monumento a Frank País donde además, depositamos una ofrenda floral y escuchamos el testimonio de Margarita , Senior Friend del MEC de Cuba que tuvo la oportunidad de conocerlo y que nos dejó la frase que la marcó para toda su vida: “Un cristiano siempre tiene que ser revolucionario”.
No podía faltar una liturgia ecuménica de cierre en la que nos acompañaron varios Senior Friends del Movimiento en Santiago de Cuba, tierra de fundación de nuestra organización. Ese tiempo nos llenó de espiritualidad, compromiso y hasta lágrimas, algunas contenidas, recordando los momentos vividos y agradeciendo la mano de Dios durante toda la maravillosa experiencia.
nos sentíamos mejores personas y de verdad creo que lo somos, logramos subir pero tan importante como eso logramos bajar, JAJAJA. De regreso calabaza, calabaza cada uno para su casa.
| | |
|